El puente del crucero de batalla Bendición de Sangre se encontraba en silencio y en penumbra. La luz rojiza bañaba escasamente los puestos de control donde el personal humano y los servidores cumplían con eficacia sus tareas. Los brillos de las pantallas tácticas iluminaba fantasmagóricamente las caras de la tripulación, así como la del capitán de la nave, el hermano Emilian. Este no necesitaba de pantallas,pues se encontraba en sintonía con la honorable nave de combate a través de conexiones neuronales directas a su sistema nervioso. Sentado en el trono, con la armadura completa de color rojo y detalles negros, se mantenía en silencio y con los ojos cerrados.
Aunque Emilian era quien dirigía la nave, el capitán Diegues tenía el mando de la compañía. En un altar de mando, la figura imponente de Diegues dominaba el puente mientras estudiaba las pantallas. Tras él, dos figuras se mantenían en posición de firmes. El hermano bibliotecario Galvitus y el hermano Uziel, los hombres de confianza del capitán.
Un oficial humano llamó la atención de Diegues.
- Convoy localizado, señor. Se dirigen al punto de salto del sistema.
- Gracias, ofical. Hermano Emilian, ¿son los que buscábamos?
- Efectivamente, Hermano Comandante. - La voz de Emilián salió simultáneamente por los altavoces del puente y de la garganta del capitán.
- De acuerdo. Abran un canal de voz con el convoy. Que lo reciban todas las naves.
- Canal abierto. - Informó el oficial de comunicaciones.
- Aquí capitán Karl Diegues, de los Ángeles Descarnados a bordo del crucero de batalla Bendición de Sangre. Por favor detengan la marcha y prepárense para una inspección rutinaria. - La respuesta se demoró unos segundos.
- Aquí el comandante Andrius, al mando del convoy y capitán de la fragata Espada del Emperador. Parece que tenemos algunos problemas con su identificación. Estamos tratando de contactar con la base del administratum en la capital del sistema para subsanar el problema tal y como indican los protocolos. Por favor, mantenga la distancia hasta recibir respuesta. - El rostro de Diegues se ensombreció.
- Comandante Andrius, esto no era una petición. - A continuación hizo un gesto al oficial de comunicaciones que cerró el canal inmediatamente. - Emilian, por favor, ruta de intercepción.
- Si, hermano comandante. - La voz en off superpuesta a la real del capitán resonó en todo el puente. La nave dio un salto hacia adelante cuando respondió a las órdenes no vocalizadas del capitán. Un chorro de plasma iluminó la parte trasera del crucero de batalla cuando abandonó la velocidad de maniobra y aceleró hasta la velocidad de intercepción.
Mientras, el convoy mantuvo velocidad y dirección durante unos minutos. Evidentemente no se les ocurrió contradecir la orden directa de un capitán marine espacial.
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En el puente de mando de la Espada de Emperador el capitán Andrius sudaba profusamente en su trono de mando. Al contrario que su homólogo marine espacial, él no se encontraba conectado a la nave. Para eso contaba con un princeps que flotaba tras él en un tanque amniótico. El gordo y uniformado capitán se levantó del trono al escuchar el informe de su segundo.
- Capitán, el crucero Astartes está acelerando. Ruta de de intercepción. Ha levantado los escudos y está cargando las lanzas de energía.
- Sagrado Trono! ¡¿Pero qué demonios hacen?! ¡¿Es que no podían esperar unos minutos?!
- Señor, ¿levantamos los escudos?
- ¿Contra un crucero de batalla astartes? ¿Dos fragatas y 5 cargueros?
El oficial de comunicaciones interrumpió al capitán.
- Señor, los capitanes de la flota solicitan instrucciones. El Capitán Sélez de la fragata Tormenta de Fuego recomienda zafarrancho de combate.
- ¡Por el amor del Emperador! ¿Sabemos algo de la capital?
- La respuesta está prevista que llegue en menos de 4 minutos.
- Entonces esperaremos. No quiero que me vuelen el culo por insubordinado por culpa de una base de datos mal actualizada.
- Tiempo hasta la intercepción, 18 minutos.
- Mantengan la formación de la flota. Que los equipos contra abordajes se desplieguen en sus puestos. Preparados para subir los escudos y derivar energía al armamento principal.
- Señor, para cuando llegue la respuesta, no habrá tiempo de subir efectivamente los escudos.
- Pues rezad para que todo sea una confusión tonta. Os lo digo en serio, ¡rezad al Emperador! - El tono fue enérgico y serio. Todos los que no estaban ejerciendo tareas indispensables, cerraron los ojos y murmuraron letanías de protección y buena suerte.
Tal y como estaba previsto, en menos de 4 minutos la respuesta desde la capital llegó.
- Códigos de identificación actualizados. La Bendición de sangre se encuentra bajo investigación inquisitorial. Todo contacto queda desautorizado. Debe informarse a la central inquisitorial más cercana tan pronto como se tenga constancia de su posición. - El Capitán fue palideciendo según escuchaba el informe. - Señor, desde el almirantazgo se nos aconseja tratarla como un navío hostil.
- ¡Alerta a toda la flota! ¡Levanten los escudos! ¡Maniobras de evasión! Transmite al capitán Sélez que abandone la formación y se prepare para una descarga lateral contra el crucero Astartes. - El Puente de mando a un ritmo frenético cumplía con las órdenes del capitán. - Timonel, sáquenos del rumbo de intercepción del crucero.
- ¡Señor, comunicación entrante! - Esta vez el imagoproyector del puente cobró vida. Un enorme marine espacial, impoluto en su armadura rojiza llenó la imagen.
- Comandante Andrius, sufrirá un castigo terrible si no desiste en su actitud.
- ¡Traidor! - la voz de Andrius le traicionó y le salió excesivamente aguda - ¡Remolcaremos el cascarón de tu nave hasta la capital como botín de guerra! - Ni siquiera él mismo pudo creer en las posibilidades de que aquello acabara ocurriendo.
- No somos traidores, necio. - El tono del comantante Astartes fue neutro. - Es tu Imperio el que ha traicionado al Emperador y vosotros pagareis las consecuencias. - Tras lo cual la imagen quedó en negro.
- Señor, Sélez solicita comunicación.
- Adelante.
En el lugar donde cinco segundos antes estaba el amenazante marine espacial, apareció el capitán de su nave gemela.
- Andrius, ¿Estás loco? Es una locura enfrentarse al crucero Astartes, ¡nos estás condenando!
- ¿Y qué propones que hagamos? ¿Rendirnos? Que nos ejecute un monstruo de dos metros y medio y entregue nuestras almas a los dioses oscuros! - El capitán había perdido totalmente los nervios. - Debemos aprovechar la superioridad numérica, rodearlo y castigarle por ambos flancos.
- Las órdenes que he recibido, las que tú nos has dado, nos ponen a mi y a mi tripulación entre tu nave y los Astartes. ¿Crees que he llegado a ser capitán de fragata solo por ser el yerno del almirante, como tú? - Hizo una breve pausa. - No, La Tormenta de Fuego abandona la formación. Suerte, Andrius. - Su imagen desapareció.
- ¡Maldito cobarde! - En mitad del ataque de nervios de pie sujeto a la barandilla de su trono de mando y congestionado de ira, el capitán parecía al borde de un infarto.
- Señor. - El segundo habló con voz calma pero intensa. - Debemos salir de aquí. El crucero astartes puede acabar con nosotros sin despeinarse, o peor, abordarnos y el Emperador sabe que atrocidades cometerían.
- ¡Cállate! ¡Necesito pensar! - Histérico, consultando cada pantalla de datos cada pocos segundos, el inoperante capitán hiperventilaba. - Toda la energía a las lanzas frontales, si castigamos sus escudos de vacío frontales...
- Nos cuadriplica en tonelaje y armamento, si le hacemos frente ¡nos arrasará!
- ¿Estás cuestionando mis órdenes? - El oficial de comunicaciones trató de interrumpirles.
- Señor, el Tormenta de Fuego comunica a la flota la orden de retirada total. - Pero el capitán no lo escuchaba.
- ¡Energía a las lanzas frontales! - enfrentado desde lo alto del trono de mando a su segundo, lo desafío a desobedecerle con voz chillona. El segundo, fijó la mirada en algo por encima del hombro del capitán. Este se volvió, paranoico. Con un movimiento rápido y fluído, el oficial desenfudó su pistola láser y apuntó a la cabeza del capitán. Cuando este volvió a centrar su atención en su segundo, el gesto le cambió.
- ¡Traidor! ¿¡Te amotinas contra mi en el puente de mi propia nave!? ¡Contramaestre! Arreste al segundo por insubordinación e intento de motín. - El contramaestre desenfundó su pistola láser, apuntó con templanza y disparó. La cabeza del gordo capitán perdió la parte trasera y dejó al aire una masa sanguinolenta y blancuzca mientras caía arrastrada por el resto del grueso cuerpo.
- Gracias, Almarro.
- A sus órdenes... Capitán. - El nuevo capitán subió al trono de mando evitando tocar las consolas salpicadas de restos de su antecesor.
- Armamento, desactive las lanzas. Motores, a máxima potencia. Timonel, trace una ruta de evasión. Somos más ágiles que ellos, valgámonos de ello. Comunicaciones, mensaje a la flota: “Dispersión y evasión”. - Todo el mundo cumplió rápidamente sus órdenes. El contramaestre se colocó disimuladamente al lado del capitán y habló en voz baja.
- Es posible que al Almirante no le guste perder un yerno en estas circunstancias.
- Tratemos de salvar la nave y la tripulación... Si lo conseguimos, puede que nos ejecuten por esto, pero enfrentarnos a ese crucero era una muerte segura para todas las almas de esta nave.
- Eso pensaba yo...
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El Bendición de Sangre avanzaba contra la flota a toda velocidad.
- Mi lord, la Tormenta de fuego se aleja de la batalla. Ha derivado toda la potencia a los motores. - Aunque el comentario iba dirigido al capitán de la nave, fue Diegues quien contestó.
- Nos será difícil alcanzarla. Si el capitán es inteligente podría tenernos varias horas persiguiendole. Centrémonos en el Espada del Emperador, ¿Cuánto falta para estar a distancia de disparo?
- 14 minutos, hermano comandante. - Respondió Emilian.
- Bórrales del mapa, hermano. - Uziel y Galvitus, uno a cada lado del trono de mando de Emilian cruzaron una mirada. - Les enseñaremos respeto a esos humanos.
El puente quedó en silencio durante unos minutos.
- La flota se dispersa, mi Lord. Los cargueros han tomado distintas rutas de evasión. Dos avanzan a toda velocidad hacia el punto de salto.
- ¿Alguno es el Orgullo de Falin?
- No mi Lord.
- Ese es el único que nos interesa, oficial. No lo pierda de vista y prepare una ruta de intercepción para cuando acabemos con la fragata.
- Hermano comandante, - la voz de Emilian sonaba átona a través de los altavoces del puente - el Espada del Emperador varía su trayectoria. Están iniciando la retirada. Han dejado de derivar energía a las lanzas y aumentan la potencia en los motores.
- Cobarde... ¿¡Después de ultrajar nuestro honor llamándonos traidores, tratan de huir!? - Diegues dio un fuerte golpe en una de las consolas con el puño blindado. - ¿Les alcanzaremos antes de que huyan?
- Si comandante, el cambio de decisión les ha costado caro. Llegaremos a ellos antes de que cojan suficiente velocidad para huir. Estarán a nuestro alcance en 3 minutos.
- Cázalo. Destrúyelo y que sirva de ejemplo. Que los equipos de abordaje se preparen. Cuando la fragata quede volatilizada, contacta con el Orgullo de Falin. Comunícales que si no se detienen, serán los siguientes. - Galvitus utilizó el comunicador personal en la red de mando para comunicarse con el comandante. En esa misma red estaban también Uziel y Emilian.
- Hermano Comandante, destruir el Orgullo de Falin no nos servirá de nada. El contenido de sus bodegas es lo que nos ha traído hasta aquí.
- Hermano Galvitus, esto es lo que yo llamo diplomacia. Si el carguero no se detiene, nos veremos obligados a inmovilizarlo. Confío en que el Hermano capitán Emilian conseguiría diseccionar un roedor con las lanzas de energía del Bendición de Sangre, pero preferiría no tener que ejecutar ni un solo disparo a esa nave si puedo evitarlo. No quiero poner en riesgo su carga.
- Comprendo, hermano Comandante.
- Confía en mi, hermano. Dirijo a esta compañía desde hace media centuria y nunca he dejado de cumplir un objetivo. - fue Uziel quien en este caso irrumpió en el canal.
- Hermano comandante, ¿porqué no pasamos de largo al Espada del Emperador? Aun con su armamento listo, no podrían penetrar nuestros escudos en una sola pasada. Se están retirando, no son una amenaza. - Esta vez Diegues despegó la vista de la consola y se volvió hacia Uziel.
- Te han llamado traidor, Uziel. A ti y a todos los hermanos de esta nave. Además, necesitamos abrir los ojos del capitán del carguero. Quizá con la explosión de una fragata lo consigamos.
- Habrá miles de hombres en esa fragata, Diegues. ¿Vamos a exterminarlos a todos para aportar contundencia a una exigencia?
- Hermano Uziel, esos hombres son soldados. Y en la guerra mueren soldados. Ellos lo saben. Nosotros lo sabemos.
- ¿Acaso estamos en guerra con el Imperio, Capitán? Creía que nuestro objetivo era librar la Guerra Eterna, no ejecutar a aquellos a los que juramos proteger. - Antes de responder, Diegues se arrancó el casco con un gesto airado.
- ¡Ya basta! Nuestro objetivo es el Orgullo del Fallin y yo decido cómo conseguimos alcanzar nuestro objetivo. Hermano Uziel, mantienes el derecho a estar en el puente por una cuestión de tradición. Que yo sepa, eres un hermano sin rango que está cuestionando mis decisiones. ¿Cómo debería actuar bajo estos preceptos? - Uziel se envaró antes de responder. Con un gesto mucho más clamado, Uziel también se retiró el casco. Un casco estándar MK V, no su tradicional casco con faz de calavera que hacía tiempo que yacía en su armería personal.
- He sido el guía espiritual de la tercera compañía durante los últimos veinte años. He sufrido una crisis de Fe, pero la he superado. Soy el capellán de la tercera y mi voz debe ser escuchada.
- Esto ya no es la tercera, Uziel. Esto ya no es una compañía de Ángeles Descarnados. Zargo estará formando una nueva compañía ahora mismo para reemplazarnos y habrá mandado otras dos a perseguirnos. Hace tiempo que nos movemos con esta ambigüedad y hoy mismo termino con ella. Esta es mi fuerza de combate. Soy su comandante por derecho propio y yo decido sobre ella. Ya no somos Ángeles Descarnados. Las leyes que nos regirán a partir de ahora serán las de las tribus de nuestro planeta natal. Escucharé el consejo de los veteranos, pero las decisiones las tomaré yo. Y mi decisión es firme. La Espada del Emperador y su capitán están sentenciados. - Uziel hizo ademán de hablar de nuevo, pero el comandante lo evitó. - ¡No! Si vuelves a cuestionar mi autoridad, te ejecutaré aquí mismo. No toleraré más insubordinación.
Uziel tardó en contestar apenas unos segundos mientras seguía erguido, sin amilanarse. Quizá desde fuera la impresión que podía dar es de duda, pero al contrario, Uziel vio entonces claro su camino. Solo tardó en responder debido al sobrecogimiento que le produjo la envergadura de la empresa que estaba apunto de autoimponerse. Tras sobreponerse, en apenas tres segundos, su postura se relajó, la serenidad volvió a su rostro y la relajación le embargó. La decisión estaba tomada.
- Hermano capitán, no me deja más remedio que desafiarle por el liderazgo de esta fuerza. - El tono que utilizó al referirse así a la tercera compañía fue de desagrado.
- Uziel, no seas necio. Estamos en mitad de una acción de combate. Si me obligas a abandonarla, no saldrás con vida de la arena. Lo juro por el trono dorado.
- Usted no tiene derecho siquiera a nombrar el sagrado Trono. Lucharemos por el liderazgo. - La cara del capitán enrojeció de furia. Parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano por no entregarse al ataque de ira que evidentemente padecía.
- Tu lo has querido, Uziel. En 10 minutos en la sala de entrenamiento tres. Sin armaduras, como rezan las leyes de nuestras tribus.
- Allí estaré.
- Emilian, mantenga el rumbo de intercepción del Orgullo de Falin. Que no salten a la disformidad.
- Como ordene, Comandante.
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Galvitus irrumpió en los aposentos de Uziel unos minutos después. El capellán estaba ciñéndose la sobrevesta negra que cubriría su torso desnudo. Parecía sereno, igual que el condenado a muerte que ha hecho las paces con sus dioses y que se dirige a su ejecución.
- ¿Estás seguro de esto? - No había tiempo para preámbulos.
- Tu lo viste, hermano. Diegues ha abandonado la luz del Emperador.
- ¿No lo hemos hecho todos? - Uziel dejó de anudar las cintas de sujección y le miró por primera vez desde que había llegado.
- No es mi caso, Galvitus. ¿Es el tuyo quizá? ¿Crees que nuestros hermanos desean convertirse en proscritos? ¿Que desean abandonar aquello que da sentido a sus vidas? Ya sabes dónde conduce ese camino de perdición. Diegues tiene razón en una cosa. Hemos vagado en la ambigüedad desde lo de Carver V. Y es algo que nos está matando poco a poco. Pero Diegues ha decidido mal. Y no puedo permitirlo.
- ¿Volverás a vestir de negro?
- Si sobrevivo al combate.
- Diegues te matará. Viste la sed en sus ojos.
- La sed es un arma peligrosa, bibliotecario. Pero la fe es mi armadura.- dijo, citando uno de los lemas imperiales más extendidos. Recogió un hatillo que reposaba sobre el camastro y se encaminó a la puerta, totalmente ocupada por el psíquico envuelto en su voluminosa armadura. - ¿Me permites?
- Espero que el Emperador no te haya vuelto la espalda, capellán. Hoy necesitarás algo más que suerte en la arena.
- Y algo más que suerte me acompaña, Galvitus. - dijo apoyando la mano sobre el hatillo.
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La sala de entrenamiento estaba abarrotada por las voluminosas figuras acorazadas de todos los hermanos a bordo. Uziel calculó que solo el veterano Capitán Emilian debía de encontrarse ausente.
La amplia sala se encontraba en penumbra y solo la arena de combate se encontraba profusamente iluminada. El área de combate se encontraba delimitada por líneas rojas pintadas sobre el duro suelo de acero. En uno de los extremos se encontraba Diegues. Con el pecho descubierto y un simple pantalón corto de entrenamiento, como exigía la ley de las tribus. Uziel se acercó a la arena. Depositó el hatillo sobre el suelo con cuidado y se quitó la sobrevesta negra. Diegues alzó la voz.
- Como rigen las leyes ancestrales de nuestro hogar, reconozco a Uziel su derecho a optar al liderazgo de nuestra tribu. El combate singular decidirá quién es el merecedor de tal honor. Pero te advierto, Uziel, que cuando pierdas el combate, serás ejecutado. No encontrarás piedad en mi, advenedizo.
Uziel ni siquiera se inmutó.
- Puedes elegir el tipo de arma con el que combatir, hermano. - El tono del capitán fue forzado. Quedó claro que ya no le consideraba tal.
- Elijo armas cortas, sin energía.
- Así sea. - Diegues se volvió y recogió de entre sus pertenencias su espada de energía. Era un arma legal mientras no la activase. Y era un arma excepcional. De excelente factura, la guarda eran alas doradas y el pomo terminaba en un rubí enorme. Era una reliquia del capítulo y estaba seguro de que era peligrosa incluso sin activarse.
Uziel por su parte se arrodilló y desenvolvió con reverencia el objeto que contenía el hatillo. Era un arma peculiar. Su diseño no era puramente práctico. Un mango ancho terminaba rematado en una contundente representación del águila bicéfala que era el símbolo del imperio del hombre. Las alas semiplegadas estaban afiladas y a pesar de tener el generador de energía apagado, el águila parecía refulgir. Manteniéndolo apoyado sobre las palmas de sus manos y aún arrodillado, rezó una queda plegaria.
El efecto que consiguió en las filas de sus hermanos fue gratificante. Todos ellos habían luchado a su lado mientras empuñaba aquel arma. Era el símbolo de su categoría de capellán, la materialización de la ira del Emperador y de la fe en él. Todos habían seguido a Uziel en algún momento al combate mientras enarbolaba su arma. Y sus hermanos lo recordaban. Su fe no había muerto. Solo estaban perdidos. Y él les guiaría hacia la luz del emperador una vez más.
Buena historia ;-)
ResponderEliminarGracias, ticho.
ResponderEliminarTengo un par más de relatos, a ver si los publico próximamente.
Un buen relato corto, espero que no termine aqui
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