domingo, 5 de noviembre de 2017

Dedos: Relato premiado en el VII GT de Talavera

Dedos


O’Toole dio un trago de su petaca dorada y un hilo del licor azul de cáctus resbaló por la comisura del labio, resbalando denso hacia la barbilla. La gota etílica, que se había empezado a formar milisegundos antes en el mentón del tirador, amenazaba con desprendense hacia el suelo de la planta inferior de la instalación.  
Norma número 1: La presa no debe saber. El pulgar encallecido de O’Toole la detuvo en el aire de camino a la empuñadura.



El visor nocturno situaba la oxidada pared acuchillada por la malla infinita de óculos a 81 metros. A través del vidrio amarillento de los ventanucos se podía vislumbrar con vaguedad la vida íntima de los habitantes de aquella área antes lujosa de Baraspine Secundus, la colmena principal de Baraspine. Discriminar el movimiento adecuado en aquel escenario fractal hubiera sido una actividad mareante para un guardia imperial común, pero el veterano no contaba con 23 bajas en operaciones similares por casualidad.
Norma número 2: Concentración. El dedo corazón desplazó suavemente el seguro del rifle de francotirador por su rail. Birk O’Toole disfrutaba de ese trayecto como cuando ese mismo dedo bajaba entre la ropa interior de algunas de las suboficiales de la fragata Vicarious, a la que su compañía estaba asignada. Ese dedo era una de las partes más sensibles de su cuerpo.


Cuando esa sutil ráfaga de oscuridad alteró la penumbra del decimocuarto ventanuco de la sexagésima fila la excitación erizó el vello de sus hombros, al tiempo que todo el cuerpo de O’Toole se transformaba en una roca. El objetivo cruzaría el umbral del pórtico redondeado en apenas 25 segundos, de camino al sector sanitario de aquel polígono residencial.
O’tole, Jacinto, Peters, Di Marco y el Teniente Apricot llevaban 22 días acechando y estudiando a la presa. Escondidos en la bocana Este de los canales de distribución de la colmena, que había sido inhabilitada y abandonada hacía décadas por graves problemas de contaminación en el agua, tenían una perspectiva excepcional del recinto habitacional.
Peters y Di Marco se dedicaban a infiltrarse entre la población de la colmena, paseándose por los tugurios del lugar y recogiendo información sobre la presa entre borrachos y prostitutas. Los otrora artilleros, habían dado a conocer sus habilidades para la infiltración 4 años antes tras la campaña de Calligulax. Todo su destacamento, los Linces Negros de Atallax IV, fue completamente aniquilado en el ridículo intento de apaciguar el levantamiento planetario, con únicamente dos compañías mal equipadas y con bajas considerables. Todos, a excepción de Di Marco y Peters, que durante seis meses consiguieron hacerse pasar por rogue traders, y pasaron a cuchillo a toda la escolta del gobernador, a este y a su esposa durante una audiencia comercial, el mismo día en que se anunció la llegada de dos fragatas imperiales a la órbita del planeta.
Su testimonio sirvió para aclarar el comportamiento negligente del Comandante Marelli, lo que acarreó su traslado y degradación como teniente en legiones penales en el Sector Obscurus. Meses después del proceso, Di Marco y Peters fueron condecorados y asignados a su actual escuadra de mando, donde a veces abandonan su viejo mortero que cariñosa e irónicamente llaman “Pompitas”, para realizar otras tareas especializadas como esta. A fin de cuentas, nunca estuvieron en contra de los bares y las prostitutas.
Jacinto, en cambio, era un tipo de poco teatro, su pelo rojizo, su tono de piel mortecino, casi morado, y sus dos metros de altura eran el objetivo de las miradas de cualquiera que se cruzara en su camino. No destacaba por su sentido del humor, hasta el momento en que como él decía ‘tocaba flambear herejes’: Con el lanzallamas entre manos, su creatividad florecía mediante sórdidos chistes que contaba a sus compañeros de escuadra, mientras sus moribundos enemigos proferían horribles gritos de dolor. El teniente, que presumía de puntería con sus dos bellas pistolas bolter artesanales, era el único que reía a carcajada limpia con sus chistes. Los comentarios de mal gusto de Mijj-ael Jacinto quitaban hierro a los momentos tensos del combate y, a su vez, servía para aterrorizar a los enemigos. Apricot lo sabía y lo aprovechaba para espolear a sus tropas, carcajeándose y comentando. Esto daba seguridad a las cuatro escuadras de cazadores que tenía asignadas. Al Apricot, Teniente A+, como le llamaban sus hombres, destacaba por sus dotes innatas de psicología, por su compromiso con los objetivos y el Imperio de La Humanidad...  Y por haber matado 13 orcos a punto de asaltarle con sus trece últimos proyectiles de pistola bolter. O al menos, eso se dice de él. La cara oscura de la historia es que tras gastar las 13 cargas, un gretchin, que había ido encaramado a la espalda de su noble recién fusilado por A+, arrancó uno de sus meñiques de un mordisco. Esa y otras heridas provocaron el desmayo de Apricot, que fue encontrado al borde de la muerte rodeado de hediondos cadáveres de pieles verdes descomponiéndose.


Norma número 3: Atención a la retaguardia.  Hace 22 días que O’Toole, en turnos de 17 horas estaba apostado en el mismo lugar cubierto por Jacinto y el Teniente A+. En la micropantalla del meñique biónico del teniente habían estado recibiendo información de Di Marco y Peters relacionada con el objetivo desde entonces, reconstruyendo la rutina diaria del objetivo, que a la postre debería ser el penúltimo capítulo del relato de su muerte.


Había llegado la hora de Claix Valeria, eso había pensado él, y, en realidad, no le faltaba razón. Su digestión llegaba a término y cada vez que esto ocurría, Valeria, el objetivo, se imaginaba a sí mismo defecando ceremoniosamente sobre el Trono Dorado del Emperador y, por supuesto, sobre este mismo. Divertido y jocoso, entre las 17.15 y las 17.40 de los días impares, con estos pensamientos Valeria salía de su departamento y se dirigía con paso firme a los baños del polígono. Era el único momento del día en que sus 4 escoltas se separaban de él, quedándose apostados junto al pórtico principal del recinto. El obeso y taciturno líder de la comunidad religiosa del loto de los ocho pétalos estaba dando sus últimos pasos.
O’Toole y sus compañeros no hubieran prestado especial atención a aquel culto ancestral, últimamente en boga en los niveles medios y bajos de la colmena, entre los cientos de cultos autorizados, hasta que llegó aquel holomensaje hacía algo más de 6 semanas.
Un mensaje con cifrado Bouden esperaba al Teniente Apricot en el receptor personal de su diminuto despacho en la fragata. Al Apricot, A+, no recordaba haber visto a nadie usar, o mencionar, un sistema de encriptación tan arcaico desde que recibió su formación como suboficial en Modena Berndus. Un oficial técnico del Ministorum, con un implante biónico especialmente grotesco, que reemplazaba dos tercios de su torso y la totalidad de su pierna izquierda con un bloque mecánico articulado de material plástico poroso, mencionó el sistema Bouden durante la última de las eternas letanías que recitó en una de las gélidas mañanas en el acuartelamiento-academia. Algún lumbreras pensó que ubicar el centro de formación en las mismas cámaras refrigeradas donde se almacenaban los misiles planetarios de activación térmica, era buena idea, que curtiría a los asistentes: Algunos no superan las neumonías, obviamente el resto se curte.
El mensaje era una orden directa procedente de alguien cuya identidad no había sido revelada, pero que ofrecía suficientes pruebas como para ser confiable. El culto se estaba convirtiendo en un peligro para el control del Imperio en la zona, Claix Valeria era su líder, y debía morir sin involucrar al Adeptus Arbiter ni a las FDP.


Norma número 4: Ten paciencia. O’Toole vio a Valeria cruzar el pasaje como a cámara lenta. Volarle la cabeza hubiera sido fácil y peligroso como explotar un globo. Hubiera puesto a los escoltas en alerta, provocando una situación harto peligrosa para ellos y la misión. Era probable que alrededor de 80000 de entre 130000 personas fueran afines al culto en aquellos niveles. Un error minúsculo revelaría sus posiciones y dificultaría muchísimo su salida a órbita, además de complicar y encarecer muchísimo futuras operaciones. Era mucho mejor hacerlo parecer un ajuste de cuentas, y provocar un conflicto entre cultos heréticos locales. O’Toole lo sabía, aunque nadie se lo había dicho: Este tipo de misiones solían tener ciertas cosas en común. Respiró hondo, y siguió con la mirada a la presa mientras giraba el anillo de su dedo anular arriba y abajo al compás de sus pasos.


Valeria, entró a su W.C. favorito. Fue una suerte descubrir que desde la atalaya donde se encontraba, a través de una ventana rota del sector sanitario, O’Toole podía ver más de la mitad de la puerta de acceso al retrete. No movía un pelo, pero O’Toole reía por dentro. A lo lejos se oía el agua. La puerta se abrió. Cara de satisfacción de Valeria.


Norma número 5: Un disparo, una baja. El índice pisó a fondo.


O’Toole pensaba: “Esta es tu última cagada”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario